25 May El Derecho que debimos conseguir
“No es cierto, di, Ferdinando, que siendo la base y único firme sustentáculo de una legión y bien fundada soberanía, la libre, espontánea y deliberada voluntad de los pueblos en la cesión de sus derechos, el que, atropellado este sagrado principio, consiguiese subyugar una nación y ascender al trono sin haber subido por este sagrado escalón, será en vez de Rey un tirano a quien las naciones darán siempre el epíteto y renombre de usurpador? Sin duda que confesarlo debes porque es el poderoso comprobante de la notoria injusticia del Emperador de los franceses.”
Bernardo Monteagudo [ii]
Los procesos revolucionarios de nuestra América, en particular del periodo emancipatorio (1810 – 1829) suelen ser abordados a la luz de sus consecuencias inmediatas (independencia), políticas y sociales, pero dejando de lado el análisis más profundo acerca de la concepción jurídico-política de los pensadores de la época.
En este trabajo pretendo introducir al pensamiento de Bernardo de Monteagudo (1789-1825), repasando “a vuelo de pájaro” como ha construido su pensamiento jurídico y -por lo tanto- político y qué derecho quería para la América libre.
Estudia y se recibe de abogado en Perú, en la universidad de Chuquisaca, a la edad de 19 años -en el año 1808- y comienza a ejercer como defensor de pobres; redacta el célebre “Diálogo entre Fernando VI y Atahualpa”, texto que da comienzo a su carrera como intelectual del movimiento revolucionario americano. La formación de Monteagudo, su trabajo como defensor de pobres, sus orígenes mestizos, su amplia participación en la vida universitaria y su activismo político y militar son la base para la formación de su pensamiento, el cual atraviesa toda su construcción intelectual.
El centro de la argumentación del famoso “dialogo…” lo constituyen las nociones de tiranía y obediencia forzada. Frente a la de soberanía entendida como libre, espontánea y deliberada voluntad de los pueblos en la cesión de sus derechos, agrega a estos argumentos la imposibilidad de dar felicidad a sus vasallos, lo que indirectamente convierte al rey en un déspota: “…desde el mismo instante en que un monarca, piloto adormecido en el regazo del ocio o del interés, nada mira por el bien de sus vasallos, faltando él a sus deberes, ha roto también los vínculos de sujeción y dependencia de sus pueblos. Este es el sentir de todo hombre justo y la opinión de los verdaderos sabios.”[iii]
En este texto puede verse la influencia de Cicerón (a quien luego Monteagudo cita en varias de sus publicaciones), en particular a su tratado “De re publica” donde en el “Somnium Scipionis” se da un dialogo entre Publio Cornelio Escipion y su nieto Publio Cornelio Escipion Emiliano, diálogo que gira en torno a cuál sería la mejor constitución política y cuya respuesta es una mezcla de las tres formas básicas de democracia, aristocracia y monarquía. Esta es una obra fundante del pensamiento de Monteagudo y cuya influencia puede verse a lo largo de todo su trabajo.
Existe controversia respecto a la redacción del silogismo de Chuquisaca. Adscribo a quienes consideran que es obra de Monteagudo. ¿Qué dice este silogismo? “¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas.” Esta es la piedra fundacional del pensamiento revolucionario de Monteagudo, donde se pone de manifiesto que América debe recuperar su libertad (gobernarse a sí misma); en esta misma época redacta el “Proyecto de Constitución del Cono Sur”, texto de gran influencia para la convocatoria de la asamblea del año XIII.
El “primer” Monteagudo comienza a delinear las bases de una arquitectura jurídica en la cual entendía a la soberanía como la libre (primero en términos de dominación y luego en términos de realización de derechos), espontánea (la independencia acarrea un salto de persona-vasalla a persona-libre sin una construcción cultural previa) y deliberada voluntad de cesión de derechos (en términos clásicos del “contrato social” roussoniano), ello en función de la independencia de toda la región de los distintos reinados.
Entre 1811 y 1815 Monteagudo reside en Argentina, y participa activamente de la vida política de la época, su pensamiento de esta época es definido, por el mismo, como de un “furioso republicanismo”) donde la LIBERTAD mantiene el rol preponderante de su doctrina, siendo en la publicación de “El mártir o libre” donde desarrolla en forma más acabada su pensamiento político,
Es discriminado por cuestiones raciales. No participa de la política en cargos ejecutivos puesto que se le impidió acceder al primer triunvirato en virtud de tener sangre “afroargentina”[iv], esto le permitió una mirada crítica sobre el desarrollo del incipiente gobierno libre y a su vez le da una libertad para opinar sobre temas políticos que pocos pensadores tenían en la época.
Para Monteagudo la “libertad” es el objetivo final al que debe aspirar toda la región -en su forma de independencia- y toda la población -en su forma de derecho-. Sin embargo observa con profunda agudeza política que la libertad, sin más, podía tener consecuencias tan graves como la falta de esta.
Entiende que tiranía y libertad son dos opuestos que se atraen. La libertad trae aparejada el peligro de la tiranía, siempre que el pueblo libre o liberado no tenga la fuerza o no sea lo suficientemente precavido para evitarlo “Lo que yo veo es que el corazón humano ha sido y será siempre el mismo, que el débil ha sido en todas partes presa del más fuerte, que la violencia ha llegado gradualmente a confundirse con el derecho, que la tiranía ha nacido siempre del seno de la LIBERTAD, y en fin que el menor descuido de un pueblo lo ha arrastrado muchas veces a la servidumbre”[v]. Sostiene Monteagudo que la tiranía sólo es posible en la medida en que existan los esclavos, y si el pueblo no conoce sus derechos: “No habrían tiranos si no hubieran esclavos, y si todos sostuvieran sus derechos, la usurpación sería imposible”[vi].
En esta etapa de su vida política Monteagudo comienza a dar forma al concepto “libertad” como el pilar fundamental para la independencia de los pueblos, pero no lo hace de manera abstracta, sino mas bien sopesando los peligros propios de la época. En ese sentido resulta trascendente (hasta el día de hoy) la vinculación que hace Monteagudo de una especie de “acumulación originaria” de derechos y realizaciones que dan forma a la libertad, rechazando no solo la esclavitud, sino cualquier tipo de servidumbre o explotación del hombre por el hombre, con todas las consecuencias que ello implica.
Así entiendo que la “libertad” en Monteagudo es un concepto complejo y compuesto de distintos derechos y reivindicaciones sociales. Para que esta se realice es preciso un pueblo fuerte, informado, realizado en términos sociales y políticos, única manera de garantizar que su libertad no sea un espejismo que se convierta fácilmente en una tiranía.
Es para esta época que Monteagudo comienza a ser más “pragmático” se nota en su lectura política acerca de la necesidad de adaptarse a los acontecimientos de la época y no creer que un sistema político por si puede ser mejor que otro, en pos de la prosecución del objetivo mayor, la libertad, se lee en El Mártir o Libre: “Se infiere por una consecuencia demostrada que para conducir un pueblo y organizar su constitución, las reglas deben acomodarse a las circunstancias, y prescindir de las instituciones que forman la base elemental de un sistema consolidado”[vii].
Continúa en la misma publicación con una postura que ya da cuenta de su flexibilidad en cuanto a la forma de obtener y sostener la libertad: “Yo no encuentro sino dos arbitrios para consolidar estas miras: declarar la independencia y la soberanía de las provincias unidas, o nombrar un dictador que responda de nuestra LIBERTAD, obrando con la plenitud de poder que exijan las circunstancias, y sin más restricción que la que convenga al principal interés.”[viii]. Pasa a ser la LIBERTAD su real horizonte revolucionario, sin importarle ya tanto el método para obtenerla. Sin embargo, no hay que caer en la tentación de calificarlo de “monárquico” pero es evidente que dicha posibilidad anidaba ya en su concepción política si era menester para lograr la libertad.
Es preciso contextualizar. Monteagudo era no sólo contemporáneo, sino también, hombre de confianza del Gral. Don José de San Martin. Es a San Martin a quien refiere Monteagudo como “El hombre” capaz de garantizar la libertad. Veamos un fragmento de su discurso de apertura de la Sociedad Patriótica: “Yo no dudo que si hubiera sido compatible con el sistema antiguo la existencia de un solo hombre capaz de hacer conocer a los pueblos de América su dignidad, el periodo de la opresión acaso no hubiera sido más durable que el de la sorpresa que causo en ellos la irrupción de Hernan Cortez y Pizarro.”[ix]
Monteagudo observa la necesidad de un gobierno fuerte, sin el cual el pueblo perdería su rumbo y seria presa nuevamente de la tiranía, desvaneciéndose así la posibilidad de ser libre, pero no lo hace pensando en cualquier gobierno ni en cualquier persona, lo hace pensando en el liderazgo de San Martin, a quien creía acreedor de la fuerza necesaria para liberar toda América. Así escribió con motivo del segundo aniversario de la revolución de mayo de 1810: “Un pueblo enérgico bajo un gobierno débil sería tan monstruoso como si un corazón muerto pudiera animar un cuerpo vivo.”[x] Y luego continúa, “Y si nos creemos dignos del nombre americano vamos, vamos cuanto antes a exterminar a los mandatarios de Montevideo, a confundir al protervo Goyeneche, y salvar a nuestros hermanos del imperio de la tiranía (…) pueblo americano jurad por la memoria de este día, por la sangre de nuestros mártires, y por las tumbas de nuestros antepasados no tener jamás sobre los labios otra expresión que la independencia o el sepulcro, la LIBERTAD o la muerte.”[xi]
Estas ideas vienen a complementar las que manifestara a principios del mismo año donde sostuvo “Confirmada por la experiencia la causa de nuestros males es tiempo de repararlos, destruyendo en los pueblos toda impresión contraria a la inviolabidad de sus derechos (…) la soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad de las leyes.”[xii]
Gracias a sus publicaciones es posible ver cómo se moldea el pensamiento jurídico político de Monteagudo. Podemos observar en sus ideas tres cuestiones relevantes. La primera de ellas es la LIBERTAD (como meta-concepto); la segunda es la idea acerca de que el pueblo para ser libre debe ser soberano, entendiendo por soberanía el tener la autoridad de la ley (como el Rey la tenía sobre los súbditos); y el tercer elemento es que para lograr los dos anteriores es aceptable cualquier modelo político que garantice los derechos básicos de ciudadanía.
Es decir, la libertad -que se obtiene de la realización de distintos derechos sociales, culturales y económicos-, la soberanía -del pueblo- para ejercer esa libertad y la ley -y sólo la ley- como marco del ejercicio de esa libertad, son el horizonte revolucionario, sin importar el sistema político coyuntural que lo garantice.
Nuevamente hay que contextualizar que Monteagudo se dirigía a un sujeto político que no existía en la época (el ciudadano libre, educado, bien alimentado, respetado en sus derechos y con igualdad de posibilidad respecto a sus pares) y que debía formarse a la par de sus ideas.
Sin escapar a esta dificultad, comienza a escribir para este proto-sujeto político y dice “nuestra constitución debe ser obra del voto general de los que tengan derecho de ciudadanía. ¿Quién gozará pues de los derechos de ciudadanía? (…) Todo hombre mayor de 20 años que no esté bajo el dominio del otro, ni se halle infamado por un crimen público plenamente probado, y acredite que sabe leer y escribir, y se ejercite en alguna profesión, sea de la clase que fuere, con tal que se haga inscribir en el registro cívico de su respectivo cantón, después de haber vivido más de un año en el territorio de las Provincias Unidas…”[xiii] para completar luego el concepto sosteniendo “…todos los hombres son iguales en presencia de la ley: El cetro y el arado, la purpura y el humilde ropaje del mendigo no añaden ni quitan una línea a la tabla sagrada de los derechos del hombre…”[xiv]
Aquí comienza a definir -de manera pragmática- a qué sector de la población dirigir su arenga revolucionaria, qué sector entiende él estaba capacitado para poder tomar decisiones que no pusieran nuevamente bajo el yugo de la tiranía al pueblo. Pero no es su visión política la de instaurar una especie de “voto calificado” que de prerrogativas de sangre. Era simplemente entender quién, en la coyuntura de la época, tenía mejores herramientas para entender el ideal revolucionario.
Así a la triada libertad-soberanía-ley Monteagudo agrega, casi casuísticamente, a toda la sociedad como sujeto político de estos conceptos. No solo dice que todos los hombres son iguales ante la ley, sino que sostiene la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos entre estratos sociales.
Durante el breve periodo en el cual Monteagudo es exiliado en Europa (1815-1817), observa en persona y analiza, con su habitual agudeza política, la firma del tratado de la Santa Alianza.
Las impresiones que a él mismo le causa es que se dirige hacia la creación de una fuerza plurinacional que operará contra los movimientos libertarios de América, y encuentra en la defensa de la voz “legitimidad” la excusa que utilizará la santa alianza: “Sin embargo la venganza vive en el corazón de los españoles (…) conservan pretensiones (…) para implorar en su favor los auxilios de la santa alianza dispuesta a prodigarlos a cualquiera que aspire a usurpar los derechos de los pueblos que son exclusivamente lejitimos” [xv] y continúa “El restablecimiento de la lejitimidad, voz que, en su sentido práctico, no significa sino fuerza y poder absoluto, ha sido el fin que se han propuestos los aliados (…) no ya a favor de la España que nunca recobraría sus antiguas posesiones , sino a favor del principio de la lejitimidad…”[xvi], aquí resalta la importancia del pensamiento que viene construyendo, la única “legitimidad” es para Monteagudo, la del pueblo.
El exilio en Monteagudo, al igual que en San Martín, lo alertan acerca del nuevo peligro que implicaba la voluntad de las potencias centrales de recuperar sus colonias. Ello sumado a su espíritu práctico, lo convence de la necesidad de un pueblo americano unido en su administración y defensa; visión geopolítica que tendrá una gran implicancia en toda su obra a partir de este punto.
Durante su estadía en Chile (1817-1821) Monteagudo redacta -aunque su autoría se encuentra disputada con Zañartu- el acta de la Proclamación de la Independencia de Chile, la cual, en cuanto aquí interesa, dice “… el territorio continental de Chile, y sus islas adyacentes, forman de hecho y por derecho, un estado libre, independiente y soberano, y quedan separados para siempre de la Monarquía de España, con plena aptitud para adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses…”. Como se observa de la simple lectura, lo relevante es la declaración de independencia, la separación de la monarquía, siendo la forma de gobierno algo secundario.
En este periodo de su vida realiza un balance general del movimiento revolucionario americano e, influido por esa visión acerca del peligro de la Santa Alianza, comienza a analizar con una mirada crítica los resultados “… en los diez años de revolución que llevamos, hemos experimentados calamidades y disfrutado bienes que antes no conocíamos, el patriotismo ha desarrollado el germen de las virtudes cívicas, pero al mismo tiempo ha creado el espíritu de partido, origen de crímenes osados y de antipatías funestas…”[xvii] comienza a delinearse su idea de un Congreso de Naciones.
Regresa a Lima en 1821 (y permanece hasta 1823) donde la “lucha” más que militar era intelectual -Lima fue durante más de 10 años un fuerte “ideológico” de la monarquía española, con el apoyo de la clase dominante-, dando lugar al Monteagudo más pragmático “Yo emplee todos los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles… este era mi sistema y no pasión: yo no podía aborrecer a una porción de miserables que no conocía , y que apreciaba en general…”[xviii]
Existían, en la época, en Lima, tres contradicciones coyunturales que no pueden soslayarse. Por un lado, se encontraban los intereses de la clase dominante de Lima. Por el otro, los medianos propietarios provinciales. Y por último, las clases populares urbanas, sujeto político al que se dirigían las fuerzas intelectuales de la revolución para incorporar a su causa.
Esta situación coyuntural lleva a Monteagudo a pensar la necesidad de constituir un poder ejecutivo fuerte que pudiese realizar concesiones a la clase dominante (la correlación de fuerzas no le permitía gobernar sin ella) y llevar a la clase dominada hacia un desarrollo de su conciencia social. De esta manera, no entraba en la ecuación de Monteagudo poder satisfacer al partido republicano, que representaba a los medianos propietarios y es desde esta posición en el “campo de batalla”, en el análisis estratégico que realiza, donde profundiza su idea de una monarquía constitucional “El furor democrático, y algunas veces la adhesión al sistema federal , han sido para los pueblos de América la funesta caja que abrió Epimeteo después que la belleza de la obra de Vulcano sedujo su imprudencia” [xix], nuevamente pensando tanto en San Martín como en Bolívar como posibles conductores de este proceso.
Puede verse que continúa con la idea del fondo por sobre las formas, siendo el fondo la libertad “… dar la constitución a un país, es establecer la forma permanente de gobierno que debe regirlo, supuesto el conocimiento exacto de su población, de su territorio, de sus recursos para mantenerlo, y de sus relaciones naturales con los países limítrofes; Sin entrar en las demás calificaciones que miran a su aptitud social (…) Excusado es repetir que en nuestro estado actual carecemos enteramente de alguno de aquellos datos y no podemos responder de los demás”[xx] y agrega “Los que creen que es posible aplicar al Perú las reformas constitucionales de N. América, ignoran u olvidan el punto de donde ambos países han partido.”[xxi]
Hasta aquí hemos hecho un viaje -superficial- por el pensamiento de Monteagudo, que se ha ido construyendo y completando a lo largo del tiempo, siendo posible hacer una síntesis del mismo en la libertad como meta concepto que necesita para “ser” una serie de realizaciones político sociales de los pueblos, la soberanía para poder ejercer y defender esa libertad y la ley (aplicable a toda la población por igual) como el marco regulatorio de esa libertad y como principio igualador (los hombres no son libres e iguales, sino ante la ley, es la ley la que los iguala, es la ley, por tanto, la que debe garantizar las realizaciones político sociales que dan forma a la libertad, y es la ley la que en última instancia debe garantizar esa libertad).
Así llegamos a su “obra póstuma” que no es más que su inconcluso ensayo sobre la “necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos, y plan de su organización.”
Monteagudo comienza dejando en claro la necesidad de una única mano ejecutora de la voluntad popular, “Ningún proyecto de esta clase puede ejecutarse por la voluntad presunta y simultánea de los que deban tener parte en él. Es preciso que el impulso salga de una sola mano: y que al fin tome alguno la iniciativa cuando todos sean iguales en interés y representación.”[xxii] Sin embargo, no puede dejar de notarse que no da por tierra la posibilidad de un sistema representativo, simplemente que considera que el estado de cosas no permite un sistema tal en dicho momento.
Como sostiene a lo largo de toda su obra, para él la independencia es el objetivo primordial: “La independencia es el primer interés del nuevo mundo. Sacudir el yugo de la España, borrar hasta los vestigios de su dominación, y no admitir otra alguna, son empresas que ecsijen y ecsijiran, por mucho tiempo, la acumulación de todos nuestros recursos, y la uniformidad en el impulso que se les dé…”[xxiii]. Además de insistir con la independencia da cuenta de la necesidad de una única administración, la cual debe encargarse de dar impulso a los recursos unidos de los pueblos de América.
Esboza de manera primigenia, lo que sería un gobierno de los pueblos unidos, gobierno que entiende debe contar con representación de todos los pueblos, habla sin metáforas de un gobierno de federaciones, un gobierno confederado “… si no nos apresuramos a concluir un verdadero pacto, que podemos llamar de familia, que garantice nuestra independencia, tanto en masa como en detalle. Esta obra pertenece a un congreso de plenipotenciarios de cada estado que arreglen el contingente de tropas y cantidad de subsidios que deben prestar los confederados en caso necesario…”, e insiste en esta forma de gobierno que respete a todos los pueblos, aun a lo que no formen parte de la unión confederada “El segundo intereses eminentemente nacional de nuestras nuevas repúblicas es la paz en el triple sentido que abraza a las naciones que no tengan parte en esta liga, a los confederados por ella, y as las mismas naciones relativamente al equilibrio de sus fuerzas.”[xxiv] Y sigue, “Los grados de respeto, de crédito y poder que se acumularan en la asamblea de nuestros plenipotenciarios, formarán una solemne garantía de nuestra independencia territorial y de la paz interna. (…) La paz interna de la confederación quedará igualmente garantida desde que ecsista una asamblea en que los intereses aislados de cada confederado se ecsaminen con el mismo celo e imparcialidad que los de la liga entera.”[xxv]
Monteagudo asignaba a esta asamblea continental (así la llama) tres grandes resultados “Independencia, paz y garantías: estos son los grandes resultados que debemos esperar de la asamblea continental…”[xxvi]
La independencia ya era una realidad, pero no lo era su posibilidad real de subsistir, de ser una independencia en términos jurídico políticos prácticos, sino más bien que corría el riesgo de ser una independencia meramente declamativa, es por ello que precisa la independencia de la paz (la paz interior, la paz entre los pueblos Americanos) y garantías, garantías de gobernabilidad, de defensa, de capacidad económica, productiva y de desarrollo.
Son esos tres resultados los pilares para construir una verdadera independencia, sin ellos la LIBERTAD sería tan solo un patíbulo del silencio donde nos condenaría a todos los americanos, y donde quizás estemos hoy.
No fue errado el pensar de Monteagudo; la historia que sucedió después en la región da cuenta de ello. La división entre naciones que fue organizada por los poderes hegemónicos europeos debilitó la región y la mantuvieron en este estado cuasi colonial que ha marcado la historia de nuestra américa hasta la fecha.
En el contexto histórico es preciso recordar que Monteagudo mientras escribía sus textos participaba activamente de la revolución por la independencia, tanto de manera intelectual como en el campo de batalla, fue preso, condenado a muerte, rescatado, apresado, liberado, en fin, vivió en carne propia los horrores de la guerra, algo que indefectiblemente formó su carácter y su pensamiento.
Es fundamental entender la relación que se establece -en Monteagudo y en los pensadores de la época- entre dos maneras de pensar (pensar en el sentido de reflexión política), por un lado la formación académica de tipo premoderno y por el otro la necesidad de incorporar el nuevo y avanzado lenguaje político de su tiempo.
Las supuestas contradicciones del lenguaje, del pensamiento en Monteagudo encuentran, a mi parecer, fundamento en la necesidad de encontrar un sujeto político que no existía, por lo tanto, primero debía ser creado. Precisaba crear ciudadanos que se convirtieran en sujetos políticos a los cuales interpelar con su discurso, todo en un lapso de tiempo muy corto y con la paradoja que implica tener que llegar al sujeto político formado con las declaraciones realizadas para formarlo, casi una quimera intelectual.
Entiende que una república democrática se funda sobre la base de una amplia participación de la ciudadanía, y era justamente esta ausencia de ciudadanía, de derecho de ciudadano, lo que entendía contraproducente para la época. Era el sujeto político “ciudadano” el que hacía falta construir, educar y preparar para la vida independiente.
A este “problema” de carecer de un sujeto político, le suma lo que observa en su estadía en Europa, una unión de naciones decididas a recuperar la soberanía sobre los pueblos de América. Caracterizado por poseer una conciencia jurídica “empírica” que va modificando a medida que incorpora, por participar directamente en ellos, sucesos en el curso de las luchas revolucionarios entiende que la lucha por mantener la libertad lograda es una empresa aun mayor que la propia lucha por la independencia, que para ello es necesario que todo el continente se una en una nación de naciones, que esa unión les provea la fuerza que no tienen por separadas para lograr, así, la maduración que la población precisa para no volver a sufrir la tiranía de ninguna potencia, reino o estado.
“Tiempo” es lo que Monteagudo entiende necesita América para ser verdaderamente Libre, y ese tiempo solo lo puede lograr si logra una unidad continental que tenga paridad de fuerzas con los posibles invasores a quienes en ese momento identifica como la Santa Alianza. Tiempo para educarse. Tiempo para redistribuir la propiedad Tiempo para ampliar las fuerzas productivas. Tiempo para amalgamar las distintas razas que poblaban América, catorce millones de personas que precisaban ser educadas en la libertad, en sus derechos, en una patria común.
No hay traición alguna a sus ideales, hay una visión de la realidad política, del futuro del continente que la historia se encargó de verificar. O América se unía en una sola y gran nación, o perecería ante nuevas formas de tiranía y hoy a casi 200 años de su obra póstuma estamos asistiendo a la muerte de las libertades a manos de la tiranía económico financiera que opera sobre la subjetividad del pueblo, limitando el acceso a sus derechos básicos (por lo tanto, a la libertad) y construyendo las bases de una tiranía basada en la democracia, mediante procesos como el lawfare que atraviesan toda la región.
El derecho que “debimos” conseguir de las gestas revolucionarias de principios de 1800 era el que entendía a la libertad como la suma de distintos derechos y realizaciones político sociales, la soberanía necesaria para el ejercicio y defensa de esta libertad y una ley que diera contención a todo ello, así como garantía de realización, lejos del modelo declamatorio que se ha dado a los distintos cuerpos legales en materia de derechos humanos a lo largo del siglo pasado y de este.
La “libertad” ya no en el concepto tradicional de la Revolución Francesa, sino como un derecho jurídico político de mayor complejidad que sustenta y a la vez se nutre de todos los derechos esenciales del hombre y que, por ello, debe atravesar toda la arquitectura jurídica de una nación, como garantía de independencia.
Lo que Monteagudo quería recién tuvo su desarrollo en la década del 40 del siglo pasado, un modelo político que tuviera como norte una patria grande, justa, libre y soberana.
Referencias
[i] Abogado UBA. Docente de Práctica Profesional UBA. Maestrando en el Servicio de Administración de Justicia. Cursando Licenciatura en Antropología Social y Cultural UNSAM. Vice Pte. Grupo de Litigio Estratégico Asoc. Civil.
[ii] “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Eliseos” en: AA. VV. Pensamiento político de la emancipación. Tomo I. Prólogo de José Luis Romero. Selección, notas y cronología de José Luis Romero y Luis Alberto Romero. Ayacucho, Caracas 1977.
[iii] “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Eliseos”.
[iv] Conforme Filippi Alberto “Constituciones, dictaduras y democracias. Los derechos y su configuración política.” Ed. Infojus. 1ra edición adaptada. Páginas 157/158.
[v] Periódico “El mártir o libre”. Publicación del domingo 29 de marzo de 1812, página 2. (Conforme colección de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Argentina. Las páginas que se citan respecto a esta publicación lo son con la numeración original, que Monteagudo decidió hacer correlativa en todos los números del periódico.)
[vi] Oración Inaugural pronunciada en la apertura de la Sociedad Patriótica la tarde del 13 de enero de 1812. Año tercero de la libertad de la América del Sud, página 6, artículo 1. (Colección Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Argentina).
[vii] Periódico “El mártir o libre” Nº1. Publicación del domingo 29 de marzo de 1812, página 4.
[viii] Periódico “El mártir o libre” Nº1. Publicación del domingo 29 de marzo de 1812, página 5.
[ix] Oración Inaugural pronunciada en la apertura de la Sociedad Patriótica la tarde del 13 de enero de 1812. Año tercero de la libertad de la América del Sud, página 8, artículo 1. (Colección Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Argentina).
[x] Periódico “El mártir o libre” Nº8. Publicación del lunes 11 de mayo de 1812, página 63
[xi] Periódico “El mártir o libre” Nº8. Publicación del lunes 11 de mayo de 1812, página 64
[xii] Oración… página 9, primera parte.
[xiii] Periódico “La gaceta de Buenos Aires”, publicación del 10 de enero de 1812. (Colección Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Argentina).
[xiv] Periódico “La gaceta de Buenos Aires”, publicación del 10 de enero de 1812. (Colección Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Argentina).
[xv] Ensayo sobre la necesidad de una federación general los estados hispanoamericanos, y plan de su organización. Obra póstuma del H. Coronel D. Bernardo de Monteagudo. Impreso en Lima en 1825 y reimpreso en Santiago el mismo año. Imprenta Nacional. Página 7.
[xvi] Ensayo sobre la necesidad de una federación… Página 7.
[xvii] El censor de la Revolución, Santiago de Chile. 1818 (En Bernardo Monteagudo Obras Políticas)
[xviii] Memoria sobre los principios políticos que seguí en la administración del Perú y acontecimientos posteriores a mi separación. Página 10, párrafo 21. (Quito, 17 de marzo de 1823)
[xix] Memoria… Página 9, párrafo 18.
[xx] Periódico “Los andes libres” Publicación del sábado 03 de noviembre de 1821 Nº12.
[xxi] Memoria… Página 23, párrafo 42.
[xxii] Ensayo sobre la necesidad de una federación… Página 5.
[xxiii] Ensayo… Página 6.
[xxiv] Ensayo… Página 12.
[xxv] Ensayo… Página 14.
[xxvi] Ensayo… Página 15.