¿Por qué tan blanca, Blancaflor?

¿Por qué tan blanca, Blancaflor?

Cambio de imagen de la marca Blancaflor: ¿Exageración de la "generación de cristal" o un poco de justicia?
Por Alí Delgado*

La semana pasada se armó un gran revuelo en redes sociales por el «rebrandeo» de la harina Blancaflor, producto de primera marca proveniente de las huestes de la oligopólica Molinos, empresa de la poderosísima familia Pérez Companc. La harina quitó el blackface de una mujer negra de su logo y puso en su lugar dos manos de una mujer blanca, significando esto un avance o una victoria para el mundo afro pero no en términos de género.

Ahora nos preguntamos ¿Es el blackface una práctica foránea que estamos importando? ¿Es realmente importante en la lucha contra el racismo un dibujo de una persona en una marca de harina de una empresa alimenticia? ¿Por qué esto trajo reacciones conservadoras en sectores que responden a todo el espectro político? Bueno, intentaremos responder estas preguntas y algunas otras en esta nota.

Según la Antropóloga afrobrasilera Denise Braz: “El blackface es la caracterización de personajes del teatro a partir de estereotipos racistas. Surgió como una representación caricaturesca de esclavizados en principios del siglo XIX en Estados Unidos. Se trataba y se trata de una narrativa prejuiciosa para representar al “otro”, a través de la cual el opresor se siente cómodo para sobreponerse”[1].

Esta práctica tuvo su versión local a través de la introducción por la aristocracia porteña en la comparsa “Los Negros”. En ella, jóvenes con su piel pintada de negro imitaban el candombe de las personas afro a partir del estereotipo del “candombero” como nos enseña la gran Anny Ocoró Loango en su texto “La emergencia del negro en los actos del 25 de mayo. Del negro heroico al decorativo y estereotipado”.

Posteriormente, tuvo su correlato en revistas escolares para docentes que brindaban actividades, muchas veces con blackface, ubicando a la persona negra en lugares infantilizante, homogeneizantes y estereotipados. Por supuesto, quitándole todo tipo de complejidad a la existencia de las personas negras y siempre construyéndolas como vendedoras de empanadas, barrenderas, vendendores de velas, etc. El blackface no solo se limitó a las escuelas con su efecto normalizador, sino que después fue replicándose en las actividades sociales como fiestas de disfraces o actividades festivas en general. Por ejemplo, el conocido “carnaval carioca” de los cumpleaños de 15 y los casamientos con la peluca de pelo enrulado entre otros elementos.

Todo este racismo también tuvo su versión en formato dibujo en muchos logos de famosos productos de marcas del país como el caramelo Sugus, la Bananita Dolca (que hasta el día de hoy conserva el personaje de la mujer negra con forma de banana hipersexualizada junto a un mono), el jugo Carioca y otras tantas más, entre ellas la harina Blancaflor. El logo de la harina era el blackface de una mujer negra vestida de cocinera con cara risueña. No está de más decir que una de las actividades que más realizaban las mujeres negras esclavizadas era la de cocinar, actividad que siguieron llevando a cabo, pero ya no esclavizadas después de 1860, sino con el trabajo más precarizado del país: el de empleadas de casas particulares.

Lo que Blancaflor hizo durante muchísimas décadas fue perpetuar un estereotipo de lo que entendían los sectores conservadores blancos y porteños que eran las personas negras. Una sobre simplificación de nuestra existencia reducida a tareas que tuvieron mucho que ver con la esclavitud y que poco hacen para desarmar estas representaciones estigmatizantes. Lo que había en el logo de Blancaflor no era más que un símbolo que le recordaba a toda persona negra que su lugar era el de la subalternidad,  oprimida,  infantil, servil y feliz por la tarea que realizaba sin cuestionamientos. Blancaflor le traía a esa hegemonía eurocéntrica, apática y opresora el confort de saberse superior, mejor, completa y civilizada

La construcción simbólica de nuestro entorno determina la realidad que percibimos. Continuar con ese logo implicaba perpetuar el racismo y la estigmatización de una parte de la población históricamente oprimida a la que no se hace más que invisibilizar y negar su rol en la historia, construcción y sostenimiento del país. No está de más decir que esta simbología racista es violatoria del marco normativo nacional e internacional aplicable a nuestro país, como por ejemplo el artículo 2 inciso d) de la “Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial” que indica que “Cada Estado parte prohibirá y hará cesar por todos los medios apropiados, incluso, si lo exigieran las circunstancias, medidas legislativas, la discriminación racial practicada por personas, grupos u organizaciones;”. Ciertamente nos es difícil pensar que el Estado argentino, históricamente racista, interprete esta normativa en un sentido amplio que ataque este tipo de racismo naturalizado, pero no perdemos las esperanzas.

¿Cómo podemos entonces ver que fue un avance? Por la reacción de los sectores conservadores y no tan conservadores. De repente hubo una contra reacción conservadora que ubicó al blackface de la harina como si fuese un símbolo patrio importantísimo. Cataratas de tweets, notas periodísticas, editoriales de la libertaria Viviana Canosa y el ultra conservador Baby Etchecopar. Evidentemente cualquier cosa que se parezca a un reconocimiento de derechos de mayorías minorizadas les toca una fibra sensible, esa que les hace notar que las cosas pueden cambiar y  que perdieron alguna batalla.

¿Y qué hay como contraparte? Bueno, el reconocimiento de décadas de lucha a amplios sectores de afrodescendientes que sostienen su batalla con poco más que su voluntad en un contexto que se les muestra siempre adverso. Muchos y muchas activistas pudieron al menos esbozar una sonrisa al ver que un pequeño acto de justicia sucedió la semana pasada.

La simbología y las representación de afrodescendientes deberán ser construidas desde roles positivos que impliquen aspiraciones que le permitan a personas negras pensarse como decisoras de su futuro y constructoras de una patria más libre justa y soberana, y aunque falte mucho, que al menos no estén en lugares negativos es un paso importante.

 

*Alí Delgado, Abogado, Docente co titular de “Derechos de las comunidades negras desde una perspectiva afro”

[1] https://www.pagina12.com.ar/126215-corcho-quemado

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